Isabel Blanco Ollero escribe|
RECIENTEMENTE alguien preguntó, con cierto sarcasmo ¿…es que la cultura sirve para algo? Era como si de pronto dejase de tener consistencia lo más elemental de la lógica humana. Teniendo en cuenta el respeto debido al intelecto ajeno, aún en cuestiones que no admiten dudas y que la mayoría sentimos altamente evolucionadas, unas sencillas y humildes reflexiones sobre la cultura- hilo conductor en las transformaciones de las sociedades- se hace indispensable.
Ya desde la infancia el mundo nos parece inhóspito por abstracto y lejano. El desconocimiento palpita en la curiosidad por lo que nos rodea y en numerosas ocasiones hace que no veamos con claridad lo que puede beneficiar a nuestra naturaleza. Son otros los que nos dirigen a su libre albedrío y en función de donde hayamos nacido, nuestras percepciones pueden ser muy diferentes-incluso opuestas-a las que imperan en otras latitudes. El descubrimiento de esas realidades hace que se vaya enriqueciendo nuestro interior y se despierte, aún más si cabe, la complicidad necesaria para que nuestra vida vaya tomando sentido, o cuando menos, hagamos el esfuerzo de intentar dar respuesta al vacío existencial que todo ser humano lleva inherente a su persona desde que tiene uso de razón.
Esta dimensión carencial existe desde que nuestros antepasados habitaban las cavernas y el compartimento de tradiciones y costumbres favorece, sin duda alguna, la comprensión de nuestro yo y hace más sencillo el entendimiento con el resto de los seres. Por algo se dice que el intercambio cultural entre lo pueblos fomenta la paz.
VIDA Y CULTURA siempre han caminado muy unidas y por extensión somos algo parecido a unos descendientes del tiempo a pesar de la disparidad de definiciones sobre el tema que estamos tratando. Conocimiento, creencias, arte pictórico, escultura, música, literatura, danza, gastronomía, formas de vestir, tradiciones y en definitiva todas las artes que se aprenden y se transmiten de generación en generación van construyendo la identidad del ser, de ese ser que debe trabajar a todos los niveles la inteligencia emocional y vivir la aventura que ofrece el compartir todas las manifestaciones que la creatividad conlleva. No sería exagerado afirmar que capturar todo ello es tener más constancia de nuestro vivir y supone más accesibilidad a los distintos estados de nuestra propia madurez. Sólo por esto último merece la pena ir descubriendo lo que me permito denominar cuerpo de la cultura. Y la cultura tiene rostro y éste no deja de ser algo muy parecido al que nos vemos todos los días en el espejo, cuando el esfuerzo por ese rasgo universal puede hasta transmitirse con la mirada, sin contar la importancia que tiene la creatividad innata como si de una rebelión se tratase; una rebelión contra lo adverso de nuestro entorno.
Las gratificaciones son tan inmensas como desconocidas para quienes no sean reticentes a algo tan indispensable en el vivir diario. Así, en palabras de Spinoza, filósofo del siglo XVII, no conocer equivale a no ser. Ahora bien, eliminemos, de una vez por todas, el arcaico e injusto elitismo que en excesivas ocasiones acompaña al concepto e imagen de la cultura. No saben algunos de los que se consideran grandes intelectuales el perjuicio que hacen a la sociedad cuando se imponen como únicos, irrepetibles y hasta cuasi dictadores. La cuestión es que conlleva una denodada torpeza porque precisamente todos somos especiales porque somos plurales.
Una importante cualidad de la cultura y que se hace necesario indicar, es la gran libertad que ofrece a las sociedades que pugnan por no estar tan dependientes de los poderes políticos y fácticos, los cuáles tienen el sagrado deber de salvaguardar las mejores opciones para gestionar el dinero público que se destine a actividades culturales, sin que les afecten en absoluto sus diversas ideologías e intereses, así como proteger y auspiciar las iniciativas privadas. La tendencia natural de la historia es que seamos capaces de defender nuestra más íntima construcción.
El conocer, el diferenciar, el cultivar la individualidad en el mejor sentido, sólo puede darse en unas condiciones donde exista la diversidad de conocimiento, de elección, de investigación propia… precisamente porque sólo podemos elegir cuando conocemos y solo conocemos cuando aprendemos, y ¿cómo aprendemos? fomentando ese derecho que debe llegar a todas las capas sociales, que crea poder interior porque, aparte de ser fascinante y enriquecedora, la cultura es libertad.
ISABEL BLANCO OLLERO
Gestora cultural y escritora
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